La tempestad

En un tren en un lugar que no importa tuve una conversación interesante, y por tanto memorable, con un abuelito que parecía inofensivo pero que resultó trabajar en una organización con dientes contra la proliferación nuclear. Una de sus ideas más penetrantes fue que de joven había estudiado literatura, pero la abandonó al llegar a la conclusión de que, "en último término, la literatura es una actividad masturbatoria".

"Un postulado no necesita pruebas, pero su eficacia puede ser medida por los resultados a los que se llega cuando este se acepta", afirma Todorov en Introducción a la literatura fantástica. Con esto en mente, me pregunto qué resultara de analizar la novela La tempestad, de Juan Manuel de Prada, tomando como postulado la perspectiva del primer párrafo:

Este libro infunde sustancia a esta acusación: es una novela plenamente masturbatoria, masturbatoria en todas sus facetas. La primera y la más aparente es la desbordante presencia de sexualidad, desde instancias puramente pornográficas hasta las meramente explícitas, como "un culo en la frontera misma del exceso" o simplemente la desbordante temática carnal: "Por la noche suele abandonar su puesto y frecuentar burdeles. Burdeles ínfimos, señor".

En segundo lugar, el lenguaje es de una fangosa exquisitez que se aproxima a la decadencia de la regia y pomposa rosa Pompadour. El autor se excita al escribir latinismos, y más los que comienzan por "imp": impostado, impertérrita, impudicia, ímproba, impotencia, etc. Cuando intenta aventurarse en el terreno de lo vulgar fracasa estrepitosamente: incluso Tedeschi, un esbirro de baja estofa utiliza una desconcertante mezcla entre léxico culto y un intento de informalidad, que nunca alcanza la verosimilitud del "te sobra finura putarranco" de La verdad sobre el caso Savolta


Dejando de lado su vocabulario de sofista, otro recurso recurrente es la reiteración retórica; reusa repetidamente sus más refinadamente redactadas preposiciones: "unos senos apenas reseñables", "infringido una virginidad o abofeteado una inocencia", y en el último capítulo, "Otros rostros se alejan y precipitan en la común argamasa del olvido, pero no el de Chiara", para prolongar la apreciación de una imagen de particular calidad. No obstante, algunas combinaciones retóricas interesantes, como "su cuerpo y su alma estaban en barbecho" aparecen una sola vez: La repetición está limitada por lo que la trama narrativa permite; si no es al menos tangencialmente relevante para la acción, por muy bonita que una figura sea, no encajará. Junto a estas imágenes encontramos una complementación casi patológica "... me preguntó el taxista sin descuidar el timón", que sin tener relevancia narrativa, carecen de toda mesura. Asimismo, el texto rebosa de divagaciones del narrador y diálogos largos y floridos, casi discursos, demasiado extensos como para ser verosímiles.

Y la tercera dimensión, el plano de las ideas, alterna entre lo plenamente erróneo y lo tan solo cuestionable. Respecto de lo erróneo, afirmaciones como "Pero la asimetría acrecienta la belleza" son simplemente falsos (véase este compendio de estudios [http://people.idsia.ch/~juergen/beauty.html] o este artículo de periódico [http://www.telegraph.co.uk/news/science/science-news/3343640/Symmetrical-human-faces-are-more-beautiful.html]). Y en lo referente a lo cuestionable, sucede que para mi no es obvio que "el arte es una religión del sentimiento", posición que el autor presenta sin defender rigurosamente, de tal forma que su narración se vuelve, en ocasiones, fábula o sermón.

Por último, si bien el calificativo de masturbatoria se aplica perfectamente a esta obra, la respuesta ¿y qué? es una posición literaria consistente. Puede que no me satisfaga hoy a mí como lector, pero no obstante tampoco puedo defender honestamente una visión de la literatura subordinada a un propósito. Debo pensar sobre este asunto, pero sí he aprendido que adoptar una posición ideológica, en este caso literaria, permite llegar al insulto con inusitada facilidad.

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